La deconstrucción del cuerpo

“El sexo del cyborg restaura algo del hermoso barroquismo reproductor de los helechos e invertebrados, su reproducción orgánica no precisa acoplamiento”. Donna Haraway.

Uno de los más importantes pensadores del siglo XX español, Julián Marías, tenía razón cuando consideraba que el tema del sexo había sido incomprensiblemente olvidado por el pensamiento y la cultura durante mucho tiempo, pero “cuando, a finales del siglo XIX y por obra principal de Freud, el sexo adquirió carta de ciudadanía en la comprensión del hombre, el naturalismo de la filosofía que servía de supuesto a la interpretación freudiana del hombre y a la teoría del psicoanálisis, enturbió el descomunal acierto absolutamente genial, de poner el sexo en el centro de la antropología”. Entonces era muy difícil pensar que a finales del siglo XX iba a suceder todo lo contrario, el enemigo a batir es el naturalismo como supuesto filosófico y el sexo como su efecto. Hemos visto cómo, para las últimas corrientes del feminismo de la igualdad, el sexo es un dato biológico escasamente importante, dado que lo que cuenta es la cultura que crea el género. El objetivo del feminismo de la igualdad es destruir la diferencia sexual, el orden simbólico que significa a la mujer como la otra, subordinada jerárquicamente al hombre. Porque “el cuerpo femenino es un sujeto histórico encarnado en un cuerpo sexuado, que simplemente constituye un significante dentro del orden simbólico”; más, el problema es que los significantes que, en un juego de oposiciones, crean las diferencias, no se presentan como signos puros carentes de toda referencia, sino que producen efectos de significación; pues los efectos preformativos de la palabra confieren cierta identidad a aquellos lugares en los que se materializan como símbolos: el cuerpo sexuado. Nuestra teórica feminista Silvia Tubert pone de manifiesto que, aunque “esa identidad sea lábil e inestable, supone, en cierta medida, un cierre: el sujeto ya no podrá pasar libremente de un casillero al otro, ni será fácil sustituir, por un acto de voluntad, unos emblemas o rasgos por otros. Se trata de algo similar a lo que sucede con el signo saussureano, en el cual la relación entre significante y significado es arbitraria, pero, una vez que se ha establecido, es difícil modificar o desbloquear la fijación del sentido”. Dicho en cristiano: por mucho que se haya reducido el cuerpo a ser un significante del orden simbólico, un cuerpo sexuado viene a determinar, con el comportamiento de su portador, una significación que difícilmente puede cambiar caprichosamente de un género a otro, como quieren Butler y la teoría queer.
En consecuencia, para resignificar el cuerpo sexuado como significante, y acabar con el orden simbólico de los géneros y de la estructura patriarcal, será necesario deconstruir el cuerpo. Para ello hay que eliminar a la misma naturaleza, cambiar el propio cuerpo; y esto es lo que ha venido a realizar la teoría del cyborg. Es la última emancipación de la modernidad: la emancipación del cuerpo. En consecuencia para resignificar el cuerpo sexuado como significante, y acabar con el orden simbólico de los géneros y de la estructura patriarcal, será necesario reconstruir el cuerpo. Para ello hay que eliminar a la misma naturaleza, cambiar el propio cuerpo; y esto es lo que ha venido a realizar la teoría del cyborg; que es la última emancipación de la modernidad: la emancipación del cuerpo. Esta emancipación biológica se logra en dos aspectos capitales para la teoría feminista: de un lado, consistirá en la posibilidad real de elegir el sexo y el cuerpo que se quiera mediante el cambio quirúrgico; se trata del sexo a la carta gracias a la biotecnología; por eso el cyborg corona el camino de transgresión emprendido por la ideología de género, y supera los límites trans de la teoría queer. De otro lado, el cyborg supone el posibilidad de pensar en un mundo sin reproducción humana sexual, un mundo sin maternidad; el sueño antifemenino del feminismo socialista.
La palabra cyborg es un neologismo que se forma a partir de las palabras inglesas cybernetics y organism y equivale a organismo cibernético. El término lo acuñaron Manfred Clynes y Nathan Kline, en su obra Astronautics, para designar al híbrido “hombre-máquina” capaz de sobrevivir en los entornos extraterrestres que habían inventado. La NASA financió sus investigaciones para mejorar sus exploraciones espaciales,. Posteriormente el término fue utilizado con notable éxito por la ciencia-ficción, el cómic y el cine. Su caracterización más emblemática fue la película Blade Runner, donde los cyborg son creaciones artificiales biológicas, llamadas “replicantes” y producidas por biotecnologías genéticas.
La feminista Donna Haraway define el cyborg como “un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción”. Su concepto es más amplio que el de un androide o replicante, propio de la ciencia-ficción, pues se extiende a todo ser humano que necesite o use para vivir una prótesis artificial: una persona con un marcapasos sería un cyborg. En su Manifiesto Cyborg, Haraway es consciente de ir más allá del límite de la transgresión: el cyborg “se sitúa, decididamente, del lado de la perversidad. Es opositivo, utópico y en ninguna manera inocente”. En su obra se traspasan todos los límites; se trata, como veremos, de un materialismo radical, antihumanista y especialmente cristofóbico. En su introducción, manifiesta que “se trata de un esfuerzo blasfematorio por construir un irónico mito político fiel al feminismo”. Haraway dice que la blasfemia nos protege de la mayoría moral interna – moral majority - ; “La blasfemia no es apostasía, es una estrategia retórica y un método político para el que pido más respeto dentro del feminismo socialista. En el centro de mi irónica fe, mi blasfemia es la imagen del cyborg”.
Haraway es una típica representante del feminismo socialista; parte, por lo tanto, de la fe en el progreso y en la evolución tecnológica. Y sobretodo del principio marxista según el cual ninguna teoría es posible pensarla si no es a su vez posible realizarla, porque los medios técnicos y científicos la hacen viable. El Manifiesto Cyborg, a modo de manifiesto comunista, se publicó por primera vez en la revista americana Socialist Review en 1985, y no tardó en convertirse en objeto de culto entre las académicas feministas, de entre las que destaca Celia Amorós. Aunque el ensayo se basa en la crítica radical de la ciencia como producto del “capitalismo, el militarismo, el colonialismo y el racismo”, se defiende que la biotecnología es una baza decisiva para la emancipación de la mujer. A partir de ella, el feminismo vuelve a recuperar una vieja fórmula modernista que vinculaba la ciencia al progreso. Se trata de un optimismo tecnológico aplicado a la sociedad que se encuentra en el marxismo y en el freudomarxismo, como hemos contemplado anteriormente, pero que las feministas habían desechado después de las primeras manifestaciones del feminismo cultural, como explica Judi Wajcman en su obra El tecnofeminismo. Pero desde el principio del feminismo radical, sus protagonistas marxistas habían siempre confiado en el ciencia, y en especial en el avance de la biotecnología, como la solución a la posibilidad de realización de las metas que se habían propuesto, todas ellas fundadas en la ruptura del sistema sexual y natural de reproducción humana. Haraway dio un impulso definitivo a la confianza de las feministas en la biomedicina. Por eso podemos afirmar que “las feministas fueron de las primeras en establecer vínculos entre las tecnologías reproductivas, la ingeniería genética y la eugenesia”. Así se explica el impulso que nuestro Gobierno feminista-socialista está dando a la biomedicina.
Por otro lado, la obra de Haraway proporciona una solución utópica a la necesidad de una sociedad sin sexos y sin géneros; el cyborg es un modelo de hibridación que rompe la estructura dualista hombre-mujer, masculino-femenino; es “una criatura en un mundo post genérico”; en fin, el cyborg es la reconstrucción del cuerpo sexuado, al tiempo que da también salida a la falta de un sujeto revolucionario para el movimiento feminista, que al suprimir a “la mujer” se había quedado colgado de la brocha.
El cyborg es la solución a un mundo “sin géneros, sin génesis, y quizás sin fin”. Se trata de un nuevo metarrelato, la última “gran narrativa” en contra de los criterios posmodernos; la tecnociencia de la era global es una “radical secularización de la narrativa cristiana”, dice Celia Amorós. “La encarnación del cyborg, situada fuera de la historia de la salvación, es la solución a un futuro post-acopalíptico”; con ello quiere decir que la biotecnología acabará con la muerte. Pasamos de las proclamaciones de tremendos desastres a las de fantásticos remedios, la salvación por la ciencia, la biomedicina, la biotecnología y la ingeniería genética. Se trata de una nueva ideología que promete un mesianismo histórico; el Mesías es el cyborg que – escribe Celia Amorós - , “puede ser asumido como alpha y omega de la vida misma”.
Como tal ideología totalitaria, establece una nueva ontología, a la que llama ontología sucia; es decir, una nueva realidad que fulmina la metafísica y también la física. Una ontología artificial y tecnológica, un constructivismo (construido por la voluntad al margen de la naturaleza) totalmente materialista y artificial. Para ello se hacen necesarias tres rupturas limítrofes cruciales, tres disoluciones de frontera, pues el cyborg “se sitúa el lado de la perversidad”.
La primera es la ruptura entre lo humano y lo animal – hay que tener en cuenta que el trabajo de Haraway se planeta originariamente sobre los simios – para ella no existe una ruptura de continuidad entre el animal y el ser humano. Dentro de este contexto ella dice que “la enseñanza de creacionismo cristiano debería ser considerada y combatida como una forma de corrupción de menores”. En este esfuerzo las barreras de la especie” y otorgarles derechos básicos de los que actualmente sólo gozan los seres humanos. Ya que no se puede rebajar, por ahora, al hombre a la condición de simio, hagamos que el simio obtenga las condiciones jurídicas del hombre. Aunque parezca increíble el Partido Socialista presentó una proposición no de ley en el Congreso para adherirse al proyecto Gran Simio.
En fin, en el colmo del disparate, Haraway escribe como una forma o manifestación de esa continuidad entre lo humano y lo animal, que “El cyborg aparece mitificado precisamente donde la frontera entre lo animal y lo humano es transgredida, que lejos de señalar una separación de los seres vivos próximos, señalan apretados acoplamientos inquietantes y placenteros tales como el bestialismo.
La segunda frontera que se rompe es la que existe entre los “organismos animales-humanos” y las máquinas. Y la tercera, la separación entre lo físico y lo “no físico”, entendiendo por esto último, el espacio cibernético virtual, como por ejemplo hace William Gibson en su novela Neuromante, que dio lugar al enigmático e inquietante mundo de ciencia ficción recreado en la magnífica película Matriz.
Haraway también crea una nueva antropología en la que el modelo por imitar es el del hombre-hembra, una metáfora de género híbrido sacada de una novela de ciencia ficción de Joanna Russ, que será el resultado final de la sociedad sin géneros y sin sexos, un ser cuya reproducción no necesita acoplamiento, al estilo de las criptógamas y de la salamandra, que cuando le falta un miembro lo ve crecer de nuevo. Estamos ante el mayor esfuerzo antihumanista de los últimos tiempos. A algo parecido se refiere Víctor Gómez Pin en su obra Entre lobos y autómatas, en la que dice: “La utopía de la superación del hombre por la vía de la artificialidad cibernética se hermana así con la utopía de la superación del hombre por la dilución de las fronteras que lo separan del mundo animal”. Y todo ello, como expone Gómez Pin, se hace con una pretendida fundamentación cientifista, que parte del nihilismo que niega la realidad de “la naturaleza humana”, al margen de toda demostración seria. La obra de este autor es una magnífica refutación filosófica, y también científica, del posthumanismo, pues “este desplazamiento del hombre como centro de referencia impone una suerte de militancia humanista”.
Para nuestras filósofos feministas, el gran acierto de Haraway es que crea una nueva epistemología, es decir, una forma de conocer la realidad. Ella critica del cientifismo su pureza y pretendida objetividad. Para ella, la ciencia está basada en la ideología masculina, y está construida siguiendo el modelo de relación violenta y misógina de los hombres con respecto a las mujeres, modelo que contribuyó al simbolismo genérico. La ciencia está contaminada por la visión de género; es, en consecuencia,, necesario construir una teoría crítica de la ciencia. Frente al “testigo modesto” de le ciencia decimonónica, Haraway aboga por un nuevo modelo de experimentación basado en la figura del Onco Ratón producto de marca registrada. Se trata de un animal vivo, utilizado en la investigación del cáncer de mama, que ha sido genéticamente manipulado para tener una mayor propensión al desarrollo del cáncer: la Universidad de Harvard es la propietaria de la marca registrada. Se trata de un producto de la “naturaleza sin naturaleza”, de la “naturaleza empresarializada”. Este es el paradigma de la nueva genética y de la nueva ciencia, en donde el punto de vista está situado, está implicado con la experimentación que se realiza.
Como decíamos, proporciona una visión de la sociedad postgenérica que suprime los dualismo en los que se estructura la realidad del sistema sexo-género, lo que supone una nueva “ontología del presente”, una nueva explicación de la realidad; y de nuestra presencia en ella (Foucault). Los más importantes de estos dualismo son: yo/otro, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, hombre/mujer, civilización/primitivo, realidad/apariencia, bien/mal, verdad/ilusión, Dios/hombre. Al mismo tiempo, ella postula un nuevo sujeto de conocimiento, que servirá para que nuestra teórica feminista Celia Amorós considera que será una solución a la continuidad del sujeto del movimiento feminista. Partiendo de la crítica del marxismo de Lukacs, ella considera que no puede haber un sujeto privilegiado que tenga la capacidad de tomar conciencia para entender la realidad, como es el caso del proletariado, pues “un sujeto subyugado difícilmente puede conocer el objeto de sus subyugación”. No existe, por tanto, una explicación soteriológica para determinar un sujeto; según ella, hay que hacer emerger a los sujetos sumergidos y establecer una epistemología de la defracción que requiere instrumentos visuales múltiples, una óptica plural posicionada y comprometida desde distintos puntos de vista. Por último, postula una nueva forma de organizarse por parte del feminismo: en vez de la identidad o la búsqueda de la empatía con otros movimientos sociales, demanda la circulación basada en la afinidad en lugar de la identidad, es decir, la articulación entre los movimientos sumergidos, tomando como modelo el “centro dinamizador” que supuso la “retícula” de los enfermos de sida “actores con los que los otros deben articularse: máquinas biomédicas, redes de acción internacionales, burocracias gubernamentales, activistas, compañías farmacéuticas, mundos gays y lesbianos, etc.”
La obra de Haraway se presenta fundamentada en una pretendida solidez científica que tan sólo es aparente, pues se basa en conocimientos parciales, intuiciones, cine y ciencia ficción. La utopía que dibuja, a la que llama el futuro de los monstruos, se parece increíblemente al mundo feliz diseñado por Aldous Huxley en los albores del siglo XX. Como puse de manifiesto en mi anterior libro sobre el pensamiento de la nueva izquierda radical, esta era la única literaria con sorprendente parecido al diseño que puede deducirse de las últimas corrientes feministas. Aunque propiamente hablando no se trata de una utopía, sino de todo lo contrario: una distopía. El “mundo feliz” de Huxley es el producto de los desarrollos y progresos de la biotecnología y la ingeniería genética. Todos sus habitantes son cyborgs seleccionados genéticamente, e incubados mediante fecundación artificial. En este mundo utópico, la divisa del Estado Mundial que aparece sobre la entrada del centro de Incubación y Acondicionamiento es esta: “Comunidad, identidad, estabilidad”. El principio básico del que se parte es el de conseguir la felicidad absoluta de los ciudadanos, entendida como el hedonismo placentero. Para ello no puede haber desórdenes, dolor, inestabilidad o falta de participación. Es necesario una educación y una formación programada en la ciudadanía. Para conseguirlo, la educación tiene como fin la completa integración del individuo en la sociedad. El método fundamental consiste en la enseñanza durante el sueño, o hipnopedia, “200 repeticiones dos veces por semana, durante el sueño, varios años, de los eslóganes que el departamento de psicología prepara cuidadosamente a través de sus expertos”. Eslóganes tales como “Cada uno pertenece a todos”. Junto a esto, también se utilizará la repetición durante el día de mensajes continuos, subliminales, etc. La educación escolar, lógicamente, es pública e impartida en diferentes escuelas especializadas, destinadas a los distintos niños de las distintas castas. Porque la organización social está distribuida en castas seleccionadas genéticamente, que van desde la más alta de los “alfa”, a la más baja de los “épsilon”, y a cada una de ellas corresponde una determinada función social, un determinado tipo de trabajo apto para su correspondiente capacidad o aptitud. De forma que todo el mundo se siente plenamente “realizado”, es decir, en términos marxistas, no alienado, puesto que cada uno desarrolla el trabajo apto para sus plenas potencialidades. No se debe vivir en soledad, pero tampoco en relaciones amistosas y sexuales permanentes: el sexo debe ser ocasional y practicarse libremente. No existe el matrimonio, ni la familia; ni pos su puesto la maternidad, que es el mayor horror imaginable, o la paternidad, pues la gestación es extracorpórea. El Estado es quien se encarga de la infancia. Y luego hay comunas, o comunidades colectivas, en albergues y residencias. No debe caerse en la depresión, la cólera o el exceso en cualquier sentido. Para restablecer el equilibrio emocional debe acudirse al soma (droga). “Medio gramo equivale a mediodía de descanso, un gramo a un fin de semana, dos a una escapada por el Oriente magnífico, tres a una sombría eternidad en la luna”. La práctica sexual es libre y conveniente, pero, claro está, siempre con la previa utilización del cinturón maltusiano, donde todo buen ciudadano debe llevar su pastilla anticonceptiva.
Jesús Trillo Figueroa

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